29 noviembre 2011

Semuc Champey

Ya tocaba salir de Antigua. Ocho horas de bus hacia el norte con una australiana y un canadiense del hostal para llegar a Lanquín, que es la localidad más cercana a Semuc Champey. Enclave natural, donde un precioso río se hunde debajo de la tierra y crea formaciones rocosas poco frecuentes. Me recordó mucho a la Chapada Diamantina, en Brasil. El viaje era muy corto: 8 horas de ida, otras 8 de vuelta para estar un día completo en este monumento natural, pero vale mucho la pena. Este es el paisaje serrano que se ve de camino.


Al llegar, un albergue rústico y muy bonito. Las habitaciones, muy básicas, pero el río pasaba justo al lado y había una sauna muy compatible con unas cervezas vespertinas. Por la noche se juntaba a todo el mundo en un único restaurante con un plato masivo de comida variada: desde tortillas de maíz hasta chop suey. He aquí a la pequeña modelo australiana, con un modelito primavera-verano.


A las 8 de la mañana nos empacan cual ovejitas en un camión para llevarnos por una sinuosa carretera llena de baches, durante casi una hora para llegar a la entrada de una cueva. No tengo fotos de esta parte, porque no quería probar el aguante de mi cámara bajo el agua (non waterproof). Al entrar los guías dan una vela a cada uno para que se apañe en la oscuridad absoluta.





Durante unos 40 minutos, entras unos 300m dentro de la cueva con estalactitas y estalagmitas gigantescas. Hay un salto de 3 metros en una poza, agujeros pequeñitos y oscuros por donde da bastante miedo pasar o alguna cuerda preparada para subir una cascada a contracorriente. Recomiendo los zapatos cerrados para esta actividad, porque las piedras de los bordes de la cueva son afiladas (y la mitad del tiempo se va nadando y con la vela en los dientes). Varias personas salieron con raspones de ahí. La foto de la izquierda la he robado de otro blog, para que veáis que la cosa da miedito.


Después de la aventura de la cueva, y para que no nos aburriéramos, nadamos por debajo de esta catarata (izda), escalamos la roca hasta arriba y nos tiramos desde unos 6 o 7 metros. Nunca había saltado desde tan alto. Da una cosica en el cuerpo... Después caminas por una ruta, subiendo la montaña hasta que llegas a un mirador, desde donde se ven las pozas.



Y al bajar, nos dimos un merecido baño, entre pajaritos, pececitos y jungla tropical. Sobre las fotos... pocos comentarios.



Hay unas piedras que permiten cruzar y ver otra parte del río, donde el agua se mete por debajo de la roca y llega a la cueva. Ahí me tomé un bocatita, que a falta de jamón, fue de tortilla francesa picante. Así tengo la cara de colorá!


 Próxima parada: San Pedro la Laguna, en el Lago Atitlán


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